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miércoles, 28 de noviembre de 2012

Alberto Cortes - Callejero


"Callejero" es un tema editado el año 1973 para el album "ni poco... ni demasiado" cantado por Alberto Cortes, Hay muchos que creen que la cancion habla de una persona dandole una especie de pensamiento profundo a su letra, pero la historia (como muchas veces) es mas simple que eso ‘Callejero’ está dedicada a un perro, que  vivió en Argentina, concretamente en la localidad de Resistencia, provincia de Chaco, en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo.y es la Historia de un perrito Blanco que caminaba sin despegarse de un forastero que llegó a Resistencia con solo una guitarra (y el perro) a su lado. 
El hombre entró a una humilde pensión, y con voz serena preguntó si ahí se podían hospedar él y su perro. El dueño, tras mirarlo de reojo, le respondió:
-Si vos no cantás y el perro no ladra, pueden.
Jornadas después, el artista ambulante del cansancio pasó al descanso eterno. El propietario de la pensión se quedó frío con un cadáver aún caliente. La Municipalidad dio sepultura al cantor desconocido. En tanto, el dueño y algún vecino, compasión en ristre, resolvieron quedarse con el perro. Vano intento. El perrito no se sometía a nadie y al instante tomó la ciudad como su casa.
Poco a poco aquel valiente cuzquito de espíritu callejero, se fue adueñando del cariño de la gente. Sus andanzas y alegría calaron hondo, pues entregó su amistad a los niños y su compañía a los ancianos. Pero seguía siendo libre. De todos obtenía buen trato, y respeto por la libertad que demandaba.
Mas, un aciago día, al perrito blanco lo atropelló un automóvil, y lo dejó a orillas de la muerte. Los niños quedaron estupefactos y doloridos. Ellos sabían que el perro necesitaba un doctor, y sólo conocían a Pipo Reggiardo (un médico que en la Plaza Belgrano, a veces jugaba un ratito a la pelota con ellos). Se lo llevaron. El doctor Reggiardo lo auxilió con presteza, y, al tratarse de un animal sin dueño, lo ´´internó´´ en su consultorio adentro de una caja de cartón. La entrega del médico y el preciso tratamiento, en pocos semanas consiguieron la total recuperación.
El animalito volvió a la calle enarbolando su natural propensión a la amistad. Así, el simpático vagabundo, fue dejando tras de sí una estela de modestia, agradecimiento y saber estar.

Sin embargo, no es posible interpretar la historia de este perrito, sin conocer a su amigo del alma: el cantante Fernando Ortiz.
"Lo conocí en el 51 en el Bar Los Bancos, junto a la plaza. Era un perrito blanco, chiquito, y tenía más o menos un año. Los mozos me preguntaron si molestaba. Les respondí que no. Se quedó a mi lado, y cuando salí me siguió hasta el Hotel Colón, donde yo vivía. A la mañana siguiente lo encontré debajo de mi cama. Como hacía calor y no cerraba la puerta, seguramente entró mientras dormía. Entonces lo bañé, le di de comer, y comenzó la amistad.
En el hotel, al principio, yo disimulaba su presencia. Hasta que Coco Lucas, el dueño, lo descubrió. Coco, conmovido por mi mirada y la mirada del perrito, en vez de echarlo le hizo colocar una cucha para que pudiera descansar.

 
Yo actuaba en Los Bancos con una orquesta, y cuando actuábamos, el perro se iba a echar detrás del piano. No se separaba de mí. A la salida, siempre me ladraba de manera especial. Yo sabía que era su forma de invitarme a la Plaza San Martín, donde cumplía una especie de rito: perseguir a los gatos. No los agredía. Jugaba corriéndolos.
En una oportunidad hubo una reunión de artistas. El perro se sentó junto a mí en la punta de la mesa. Los muchachos decidieron ponerle mi nombre. Él respondió bien al nombre de Fernando y jugó con todos ellos. En la amistad era como los humanos. A mí me parecía un ser humano vestido de perro.
Como era blanco se ensuciaba mucho, y en cualquier casa lo bañaban. Hasta tres o cuatro veces por semana. Y eso tampoco podía ser bueno para un perro.
Con Juan de Dios Mena, iba al Fogón de los Arrieros. En el Fogón, lo aceptaron y lo hicieron socio de la institución. Allí destacó como crítico musical. Su mayor virtud era su oído. Como nadie captaba la belleza de los sonidos.Para él lo fundamental era la noche. Recorría el Bar Sorocabana, el Bar Los Bancos y el Club Social. Y si oía música se acercaba. La música le encantaba. Pero si no le gustaba algún artista se iba. Y la gente lo seguía.
No se perdía ninguna fiesta. En los conciertos se colaba y se iba a echar cerca de la orquesta, o del solista. Cuando meneaba la cola aprobaba la actuación, pero ante las pifias gruñía, y a veces aullaba. Él nunca fallaba. Y los músicos admitían haber metido la pata en el punto indicado por el perro. Era un crítico riguroso. Y ninguno se atrevía a pedir que lo pusieran de patitas en la calle, porque la gente se fiaba de su oído.
Recuerdo que el maestro, Hermes Peresini, eximio violinista, sabía ponerlo a prueba. Tocaba un fragmento de la Czardas, de Monti, y en algún momento colocaba mal alguna nota. Fernando respondía dando un salto y se ponía a gruñir, mientras el maestro se reía. El perro tenía un oído musical muy desarrollado. Quizás esa fue la herencia que le dejó el artista que lo trajo a Resistencia."
Como perro que era, Fernando se ceñía a su código de costumbres: pernoctaba en la recepción del Hotel Colón (en ocasiones en El Viejo Rincón), a primera hora de la mañana entraba con los empleados al Banco de la Nación, y se dirigía al despacho del gerente, donde éste le hacía servir el desayuno: café con leche y medialunas. Después iba a visitar la peluquería de al lado del Bar Japonés. A continuación, dormía un rato en el Sorocabana sin que nadie lo molestara. Almorzaba en El Madrileño (junto al Sorocabana). En casa del doctor Reggiardo hacía la siesta (un ladrido y un arañazo a la puerta era la contraseña para entrar). Y tras la siesta cruzaba a la Plaza 25 de Mayo, a divertirse hostigando a los gatos. Al atardecer corría al Bar La Estrella, a merendar lo que le daban los dueños y la clientela.
En La Estrella, le ocurrió un desagradable episodio cierta vez que un ´´chistoso´´, pasado de vinos, le pegó una patada. A su aullido de dolor replicó, Alberto Rulli (cantor y dibujante), increpando fieramente al agresor. Y atrás de Rulli, llegó Deolindo Bittel (el que fuera dos veces gobernador de la provincia), a quien hubo que frenar para que no la emprendiera a golpes. La trifulca se saldó con la expulsión del tipejo, y con Fernando comiendo maníes bajo una mesa.
No obstante, en el Bar Japonés vivió su más dura experiencia. Fernando habíase enamorado de una perrita del vecindario. Un día copularon quedándose abotonados en la puerta del bar. Los presentes los espantaban, y, al no conseguir que se desengancharan, alguien les arrojó agua hirviendo, que Fernando recibió de lleno en el lomo, en tanto otro le asestó una cuchillada en un costado.
Envuelto en sangre lo transportaron al Club Social, donde el doctor Reggiardo lo atendió de urgencia. Después, fue alojado en el Club Progreso. Lo cuidaron con dedicación y ternura. Cual respuesta a la cruel agresión, el amor de la gente hacia su perrito salió a la superficie: a toda hora niños y mayores se aproximaron al club, ansiosos de conocer la evolución curativa del animal. De este modo quedó bien claro, que tenía muchos amigos pero ningún dueño.

Fernando volvió a callejear por la ciudad. No hubo evento artístico o social que no contara con su asistencia. Todo le atraía: fiestas, tertulias, conciertos, espectáculos, bailes populares, y él, sirviéndose de su don para hacerse querer, recalaba en cualquier reunión.
Con su presencia alegró bodas y cumpleaños, y fue motivo de orgullo para aquellos que lo recibían en sus casas.
 

ALGUNAS DE LAS ANÉCDOTAS QUE LO LLEVARON AL BRONCE

En 1954 (y en un momento de alarma social, pues habíanse producido muertes de niños por mordeduras de perros), la vacuna antirrábica llegó al Chaco. Se estableció la obligatoriedad de vacunar a todos los canes. En la Municipalidad se llevó a cabo el cometido, y a la Municipalidad acudió Fernando sin que nadie lo llevara. Por propia voluntad dejó que el doctor Andreu lo inmunizara. Tal actitud, impropia en un animal, obtuvo su justo premio: le concedieron la patente número uno, y lo nombraron ´´Primer perro civilizado de Resistencia´´.
Sin embargo, la patente número uno ni el título de ´´Perro civilizado´´, lo libraron de un aciago incidente. Una mañana, los hombres de la perrera lo cazaron, y medio dormido lo introdujeron en la jaula del camión. Mas, la providencial intervención de Tatalo Dominguez (campeón chaqueño y argentino de boxeo) y de Moisés Zaín (promotor de espectáculos artísticos y deportivos) trastocó las cosas, porque además de reprender a los perreros, instaron a otras personas a unirse a la protesta. Se armó un alboroto. Hasta que una mano anónima abrió la puerta de la jaula. Entre los aplausos y las risas de la gente, Fernando, como un balazo se metió en el Sorocabana seguido por el resto de perros capturados.

Cuenta el periodista y escritor chaqueño, Mempo Giardinelli: .
-El 57 o el 58, visitó Resistencia un famosísimo pianista polaco apellidado, Pederewsky, y ofreció un único concierto en el Teatro Sep, y por supuesto mis padres me llevaron. La sala estaba repleta, y Fernando se acomodó bajo el piano de cola (los organizadores siempre explicaban a los músicos visitantes de la ineludible presencia del cuzquito). Y a la vista de cientos de personas, se diría que Pederewsky y Fernando comenzaron el concierto. Nunca alvidaré la impresión de aquel público, cuando en medio de una sonata de Beethoven, Fernando se puso de pie alzando las orejas y soltó un gruñido. Pareció que el mundo se detenía, pero Pederewsku, todo un profesional, siguió como si nada. Hacia el final nuevamente el perrito sacudió las orejas y miró fijo al pianista, como diciéndole:
-Oiga, la está pifiando.
Entonces, Pederewsky, con europea elegancia, detuvo las manos, miró al perrito y le dijo en duro castellano:
-Tiene razón, equivoqué dos veces.
Hizo un da capo y repitió la sonata, que le salió perfecta. El concierto acabó con una ovación, un par de bis, y el discreto mutis de Fernando.

-Un afamado violinista europeo, en tournée por el noreste del país, se presentó en el Teatro Sep. Fernando asentó su alba figura entre la primera fila y el escenario. El concertista tocaba con dulzura, y el perro, como buen melómano, disfrutaba con la música. De pronto abrió los ojos, levantó las orejas y lanzó un aullido. El músico había errado unas notas y el animal lo percibió. El hombre, contrariado, interrumpió la actuación, abandonó el escenario, y entre bambalinas exigió la inmediata evacuación del perro. La respuesta, muy a la chaqueña, fue tajante:
-Fernando sabe lo que hace -le dijo uno de los responsables.
-Así que, tocás bien o el que se va sos vos -agregó otro.

René Brusseau (prestigioso artista plástico) y Fernando, establecieron una agradable relación de amistad. Muchas veces el perro le hacía compañía en su estudio mientras él pintaba. Mas, una tarde del año 1956, Fernando salió a la calle poseído de una repentina urgencia. Sus ladridos y movimientos extrañaron a la gente. Comprendiendo que algo pasaba, varias personas entraron al estudio, y encontraron tirado en el suelo el cuerpo sin vida del pintor. Su mano izquierda aún sujetaba la paleta.
Se ignora cómo, pero Fernando supo que René iba a ser velado en el Fogón de los Arrieros. Cuando el vehículo fúnebre llegó con el cuerpo, el perro estaba esperando.
Pasó la noche junto al ataúd del amigo. Al otro día acompañó el cortejo. Tras el entierro, todos abandonaron el cementerio. Pero, Fernando no él se quedó unas horas más.
 

‘Callejero’ fue un perro comunitario. Nunca tuvo dueño, fue de todos y todos lo cuidaban. Por supuesto vivía en la calle, pero era un dechado de limpieza porque los vecinos se turnaban para bañarlo. Dicen quienes le conocieron que era un animal de gustos exquisitos: acudía al cine, a los conciertos de la orquesta sinfónica local, era también asiduo al café que acogía las tertulias de intelectuales y era bien recibido en las reuniones de la alta sociedad de la zona o en los actos oficiales. Sostienen que hasta escuchaba con atención las intervenciones de los políticos y que, cuando no estaba de acuerdo, se marchaba tras proferir dos ladridos.
Todos conocían a Fernando. Todos le querían. Todos le mimaban. Todos le alimentaban con bocadillos y cafés cortados que degustaba en tacita, con más modales que muchos humanos. Cuentan que era gran aficionado a la música porque, al parecer, fue criado por un cantante. Por eso, señala la voz del pueblo que también era un crítico muy estricto con las malas interpretaciones, que denunciaba mediante aullidos.
Desgraciadamente tuvo un mal final, porque un día apareció malherido, con claras muestras de haber recibido una gran paliza. Aunque fueron muchos los que no escatimaron medios para salvarle, falleció varios días más tarde, el 28 de mayo de 1963. Se abrió una investigación oficial para descubrir al asesino y hubo partidas ciudadanas para buscar al criminal, pero éste nunca pagó por su fechoría. Cuando Fernando murió, toda la ciudad lo lloró desgarrada. Miles de personas cubrieron la calle, las veredas y los balcones hasta más allá de las dos esquinas. Toda la ciudad estaba allí, despidiendo a su perrito. Luego en recuerdo de Fernando, por suscripción popular y con ayuda oficial, se erigieron dos monumentos públicos. Uno de ellos frente a la Casa de Gobierno de Chaco, en la ciudad de Resistencia.sus restos fueron enterrados en la vereda del Fogón de los arrieros,
Cada aniversario de su fallecimiento se recuerda al perro con la presencia de discursos y ofrendas florales, y la participación de más de un centenar de vecinos. En su tumba reza: “A Fernando, un perrito blanco que, errando por las calles de la ciudad, despertó en infinidad de corazones un hermoso sentimiento”. Además, en una de las entradas al municipio puede leerse: “Bienvenido a Resistencia, ciudad de Fernando”.
Fernando dejó dos hijos, físicamente son iguales a él, pero están domesticados y son distintos a lo esencial de Fernando"
                                 

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